El sábado 12 de noviembre se realizó la 8va marcha del Orgullo y la Diversidad Sexual en Córdoba. De ella participaron cerca de 30 mil personas, entre las que se encontraban putos, tortas, travas, mariposones, balas, marimachas, trabucos, maricones, afeminados y… heterosexuales (pensé en una categoría estigmatizante de éste último hasta que me di cuenta de que no existe).

Mientras viajaba en el colectivo para poder asistir al único día que nos permitimos asomar las plumas por la hendidura del clóset me puse a pensar. Me pregunté cómo se debe sentir poder viajar en colectivo, rodeado de compañeres que comparten la misma pasión. Y pensé en el fútbol. ¿Cómo se debe sentir saltar arriba de un colectivo, desplegar las banderas y llevar orgullosa la remera del equipo que nos representa mientras coreamos nuestras canciones hasta quedarnos ronques? En mi cabeza claramente cantaríamos A Quien Le Importa o Todos Me Miran (incluye coreo, obviah). ¿Le molestaría al resto de les pasajeres? Por supuesto que les molestaría. Incluso a ustedes les debe estar molestando leer “les pasajeres”.

Y ahí estaba yo. Sentado. Mirando por la ventana con la bandera hecha un bollo. Semi escondida. Como si no quisiera que la vean. Se suponía que era el día del orgullo. De MI orgullo. Y no supe llevar la bandera como realmente quería… Y no estaba rodeado de compañeres que compartan la misma pasión. O quizá sí, pero era realmente difícil identificarles. Minutos después observé a una joven de unos 20 años con el flequillo que le cubría la mitad de los ojos. Ella llevaba una pulsera con los colores del arcoiris. Le sonreí, pero solo me contestó con una mueca. Era el día del orgullo. De NUESTRO orgullo. Y por el solo hecho de “estar”, sentíamos que molestábamos.

El evento comenzó con un picnic alrededor de las 16.30hs en el Parque las Heras. Se pudo disfrutar de mucha música, mucho bombo y mucha feria. En ese momento ya no pensé en fútbol. Pensé en el 2016 y en todas las plumas dañadas…

Se me vino a la cabeza la tragedia de Orlando; los travesticidios que no fueron difundidos por los medios de información; las chicas expulsadas de La Biela; los jóvenes que deciden terminar con su vida, no por su orientación sexual o su identidad de género, sino por la intolerancia del resto. Pensé en las dos adolescentes demoradas por tres patrulleros por besarse en una plaza. Pero ahí estábamos. Libres todes.

Alrededor de las 18.30 comenzó la marcha. Empezamos a desfilar desde Bv Las Heras y Av. Gral Paz hasta la Plaza Agustín Tosco. Calles interminables llena de colores, de remeras, de banderas… Porque es diversa. Y eso también incluye diversidad de vestuario, diversidad de pensamiento y diversidad política. ¿Desde cuándo la sexualidad y la prohibición de la misma no es una decisión política? Pensar que los derechos no se consiguen por medio de la política es un pensamiento ingenuo. Pero ahí estaban: les que se quejaban de las banderas políticas, de les que paseaban semi desnudes y hasta de por qué no hay una marcha del orgullo hetero. Si usted se sigue preguntando ésta última, relea el primer párrafo par favar.

Acá hay algo que no voy a poder describir con palabras. Es un sentimiento que muy poques somos privilegiades de sentir. Hace semanas atrás, unas amigas me contaron un secreto del Encuentro Nacional de Mujeres. Uno que no fue televisado: el estar 76 hs completamente libres, sin prejuicios, sin maltrato, sin violencia, haciendo lo que realmente una quería. Y cuando me contaron eso les creí. No había argumento que apague ese brillo en los ojos que se encendía cada vez que hablaban del Encuentro. Acá pasó lo mismo. Vi ese mismo brillo en un montón de personas que, en algunos casos, por primera vez se sintieron parte de algo. A ese brillo no lo apaga ni la falta de medicamentos para el VIH, ni la escasez de preservativos gratuitos en los hospitales públicos ni la fucking era Mauricio Trump.

En la Plaza Agustín Tosco nos esperó un escenario con las actuaciones de Vivi Pozzebón, DJ Fede Flores, Pequeño Bambi, Tranki Punki, Las Ninfas, Mia Thalia Salas y Diego Sampietro. Bailamos. Bailamos un montón. Saltamos. Nos hicimos un testeo. Comimos chori y nos volvimos cada une a su casa.

Ahí ya no pensé en lo que se sentiría defender una pasión. Porque ya lo supe.Tampoco pensé en el pasado. Porque ya pasó. Pensé en la necesaria visibilización del colectivo LGBTIQ+ para las futuras generaciones de niñes. Y ahí sí. Decidí volverme a casa con la bandera como quería. La bandera como capa. Ni como Superman ni como la Mujer Maravilla. Como Super Puto Maravilla. No hice ninguna revolución. Pero si en ese colectivo estaba presente alguna disidencia sexual, puedo sentirme orgulloso conmigo mismo.

Christian García